La señal de la decimonovena milla, justo antes del fatídico kilómetro 32: el temido límite fisiológico para todos los corredores que afrontan la competición. La llegada de la “pájara”, como se le suele llamar, coincide con la finalización del glucógeno almacenado en los músculos por el cuerpo humano. El efecto, cuando se da, lleva a una bajada repentina y sustancial del rendimiento y a un cansancio casi insostenible.